CELTAS, La Tene (V a I aC)


      La Tene (500 – I a C.),  toma su nombre del hallazgo producido en el siglo XIX de joyas, armas y otros objetos  pertenecientes a un asentamiento celta situado en el extremo noroeste del lago Neuchatel, Suiza. La colección corresponde al siglo IV y V a C y fue extraída desde el lecho del mencionado lago donde también fueron hallados restos de un puente. La opinión de los antropólogos es que desde allí fueron arrojados estos centenares de objetos descubiertos. Estaríamos entonces frente a una ofrenda votiva.

Ubicación de Suiza en Europa



 
Ubicación lago Neuchatel en Suiza



Al igual que los celtas otros pueblos antiguos, incluso dentro de nuestra América, homenajearon a sus dioses con este tipo de ofrendas. La opinión de los estudiosos en este caso coincide, de aquellas lejanas creencias vendría la moderna costumbre de pedir deseos arrojando monedas a una fuente. 

      En este período la cultura se considera definitivamente consolidada puesto que sus diferentes comunidades habían alcanzado igual nivel de desarrollo lingüístico y económico. El antiguo castro evoluciona. Aquella fortificación en lugares altos y provistos de defensas naturales en la que sólo se recluía la nobleza ahora suma agricultores y comerciantes. Los romanos denominaron oppidas a estas nuevas fortificaciones. En algunos lugares estos centros de actividad productiva a los que podríamos, quizá forzadamente, denominar ciudades,  ocupaban extensas áreas. Los arqueólogos no se ponen de acuerdo en cuanto al grado de concentración económica, lo que equivale a decir el grado de importancia social, que estas “ciudades” tendrían. Sin embargo la poca evidencia con que se cuenta indicaría que toda la producción  necesaria para su subsistencia se desarrollaría dentro de sus muros, construidos en piedra, sin argamasa, con traviesas perpendiculares de madera y clavijas de hierro. Julio César, siglo I a C, habla de estas “oppidum” (lugar elevado, fortificación en latín) en su obra Comentario de la Guerra de las Galias.

     Resulta interesante comentar aquí que los celtas, como toda sociedad arcaica, construían sus muros como defensa contra los demonios y las almas de los muertos que desearan su destrucción. Un muro constituía una protección mágica. Los ataques enemigos eran fácilmente asimilables a ataques diabólicos ya que tenían igual resultado: hambruna, peste y destrucción. Este modo de pensar siguió dominando occidente hasta entrada la edad media. 
Castro celta en Saceda, provincia de Cualedro
Según los investigadores estuvo habitado entre los siglos VII a.C. y I d. C., reviviendo una pequeña ocupación durante el siglo V d. C.

(imagen tomada del periódico digital, Globedia)

      Su apogeo, sin ningún lugar a dudas, se debió al dominio del hierro sumado éste al desarrollo del arte de fabricar ruedas en el que, a través del aro de una sola pieza, lograron un notable grado de perfección.  Los carros de guerra celta tenían dos ruedas y eran conducidos por un cochero que cubría su desnudez con pieles. Según testimonios de griegos y romanos los guerreros “de a caballo” se presentaban a la lucha tocando sus cuernos, sus  trompetas, ricamente  adornados  pero desnudos (tal vez sólo los de las primeras filas para impresionar) habiendo, previamente, teñido su piel de azul. Mediando este período los romanos, que aún no se habían constituido imperio, sufrieron su belicosidad. Para ese entonces en Roma nadie vestía de azul por considerarse, sin ninguna duda a causa del mal recuerdo que dejaran en esta civilización aquellos guerreros, un color de mal augurio.
      Como toda sociedad que se dedica al comercio y a la guerra, abría caminos. Sus carros se deslizaban por éstos a los que previamente habían “pavimentado” con piedras y troncos. Buena parte de las famosas vías romanas fueron trazadas sobre aquellas de los celtas, como prueba de esta última afirmación podemos citar las declaraciones que el arqueólogo Gilles Leroux  hiciera al periódico francés Presse- Océan (Nantes) el 25 de septiembre de 2002:
 “Los romanos no inventaron las infraestructuras de carreteras de la Galia. Existían antes de su llegada. Lo demuestran a diario los hallazgos. …hemos encontrado una hiposandalia (herradura) bajo los restos de lo que se asemeja mucho a un puente hundido …esta clase de objeto era utilizado por los galos. No por los romanos” *




Cabe aquí recordar que los romanos denominaron galos a los celtas. Según afirma Run Futthark:
 “algunos de los vestigios de esas antiguas carreteras subsisten en lugares aislados y llevan un nombre encantador, ya que se conocen como camino de los erizos”. **
Futthark está hablando de Bretaña, península noroccidental francesa.
La sociedad celta, ya madura, produce trigo, lino y mijo, cultiva el olivo y la vid. Exporta tocino a Roma y a la forja del hierro se le debe sumar la propiedad de minas de plata con la que modela joyas de una belleza singular, broches, brazaletes y aros para el cuello denominados “torques”. El arte evoluciona, la sobriedad del período anterior cede ante las nuevas líneas, complejas y voluptuosas.




      De su contacto con griegos y romanos toman la costumbre de acuñar moneda, la que usan sólo para comerciar con estos extranjeros. Entre ellos prefieren calcular el valor de las transacciones en esclavos o ganado. En Irlanda, tierra en la que por no haber sido jamás provincia romana las costumbres celtas pervivieron por más tiempo, era ya entrado el siglo XII cuando los campesinos aún calculaban el valor de sus tierras en esclavos. La moneda celta no se adornaba con las clásicas efigies de los pueblos del sur, lo hacía con aves acuáticas, símbolos solares y extrañas máscaras.
      La ropa con que se cubrían era similar a aquella con la  que hoy se abrigan los campesinos de Rumania o la ex Yugoslavia, prendas de lana con dibujos geométricos. 


También corresponde a estos años, como hemos podido comprobar, la costumbre de  arrojar, como acto sacrificial en honor a sus dioses, valiosos objetos a los cursos de agua.  
 Durante los siglos V y IV a C Grecia funda algunas colonias que disminuyeron dramáticamente el comercio con los celtas, esta situación más la presión demográfica que operó la migración de otros pueblos del norte, movilizó a los celtas hacia el sur, al valle del Po, Italia.
En el año 390 a C  saquearon Roma durante siete meses.  
Para retirarse de la ciudad exigieron pago de rescate, al quejarse los romanos por lo mal niveladas que estaban las balanzas donde tal rescate se efectivizaba, el caudillo celta Brenno, según la tradición cuenta, habría dicho un par de palabras que en latín se traducían ¡“Vea victis”! (¡Ay de los vencidos!). La historia afirma que fueron los celtas quienes, en suelo etrusco, fundaron Turín, Bérgamo y Milán (parte de la Galia Cisalpina según la denominación romana).
En estos siglos de holgura se los encuentra ya en gran parte de Francia, Bélgica, España, Suiza, Austria, Islas Británicas e, incluso, parte de Asia  Menor.

En tierras que hoy corresponden a Bulgaria, entraron en contacto con Alejandro Magno con quien intercambiaron un tratado de alianza  que los celtas juraron duraría “hasta que el cielo se desplomara”.
Mil años después, los irlandeses pronunciaban sus juramentos a través de la siguiente fórmula: “guardaremos fidelidad a menos que el cielo caiga y nos aplaste o que la tierra se abra y nos trague o que el mar se eleve y nos sumerja”.  
       


   En el 279 a C, muerto ya Alejandro y por tanto libres los celtas de actuar según su conveniencia, invaden Grecia iniciando un saqueo a la ciudad de Delfos (algunos textos adjudican igual nombre al caudillo,  Brenno) pero el clima les juega una mala pasada y una tormenta de nieve vendrá en beneficio de aquellos que la defienden.
Los griegos los llaman “hiperbóreos” (guerreros que viven más al norte que Bóreas, dios del viento que se suponía oriundo de Tracia, región histórica que comprendía desde Macedonia hasta el mar Negro y desde el Egeo hasta el Danubio) y los consideran temibles. Esta palabra “hiperbóreos”, adjudicada a los celtas, tendría también una connotación mística que luego consideraremos.

En el 275 a C  fundan el estado de Galacia en el norte de Turquía. Varios siglos después todo occidente sabrá de éste cuando Paulo de Tarso, San Pablo para el pueblo católico, escriba su epístola a los Gálatas, la que pasará a formar parte de la Biblia, Libro Sagrado de occidente. 
En el 230 a C los celtas de Galacia son derrotados por los griegos y en el 225 a C por los romanos en la península itálica. Al hostigamiento de estos últimos debemos sumarle, en el siglo I a C, el de los pueblos germanos.

El geógrafo griego Estrabón (64, 63 – 24, 19) habló de la nación celta ubicándola desde la península ibérica hasta el Canal de la Mancha, desde el Rin hasta los Alpes y desde Finesterre (sur de España) hasta la desembocadura del Danubio. Contó no menos de 60 tribus y subtribus.  

Julio César (100 – 44 a C), gobernador romano en La Galia, será quien en el año 52 a C, en la batalla de Alesia, venza definitivamente a los galos tomando preso a su caudillo Vercingétorix que cae junto a su pueblo luego de una resistencia gloriosa. Este galo es exhibido en Roma como trofeo y ejecutado en la misma ciudad tras 5 años de cautiverio. César había tomado Las Galias y Armórica (extremo noroccidental francés) que se consideraban separadamente. Ambas, toda Francia, pasan a ser provincias romanas como así también parte de Germania.
Según Plutarco (50 ó 46 – 120) historiador y literato  griego, fueron tomadas 800 ciudades en las que vivían 300 tribus.
Julio César describe a los celtas como un pueblo orgulloso cuyos guerreros, dignos de respeto,  pintaban su cuerpo de azul para intensificar el terror de sus enemigos. El historiador romano Tito Livio (59 a C – 17 d C) escribe
 “Los jinetes galos llevaban cabezas colgadas delante del pecho de sus caballos …entonando cánticos según su costumbre”.***
Los celtas adjudicaban propiedades mágicas a los cráneos de sus enemigos, además de llevarlos a la guerra solían ponerlos de adorno en el dintel de sus casas o tomar sus bebidas de ellos.
Sin embargo, tenía este pueblo un problema fatal de conducta que sería causa suficiente para su perdición, como bien lo sabía César:
En la Galia, no sólo todas las ciudades, sino también todos los cantones y fracciones de cantón, e incluso podríamos decir que las familias, están divididos en partidos rivales****
Además no faltaron quienes, dentro del pueblo galo, sintieron ante César un temor supersticioso. Lo llamaban “el gran romano” y deponían sus armas sin dar lucha considerándose abandonados por sus dioses.



La caída de Las Galias supuso el comienzo del fin del mundo celta que de allí en más comenzaría, a pesar de las excepciones de las que luego hablaremos, a “romanizarse”. Aún así el paso del tiempo no los borró, buena parte de la riqueza de su cultura pervive entre nosotros.


 La homonimia que en algún momento de la historia se produjo entre el latín gallus, galo, y gallus, ave de corral (hoy en francés para decir gallo se utiliza la onomatopeya coq) dio origen a que en Francia y durante la Edad Media el gallo representara un símbolo religioso de esperanza, durante el Renacimiento un emblema que  comienza a consolidar cierta idea de nación, en el período revolucionario representará la identidad nacional y, por último, mientras sucede la Primera Guerra Mundial el gallo será una insignia de identidad frente al águila prusiana. Aunque no se trata de un símbolo oficial, bordado junto a los colores de la bandera, aún hoy es profusamente vendido como símbolo francés a los turistas.

Los ligures, pueblo que pasó a ser parte de la Galia Cisalpina Romana (noroeste italiano, sur de Francia) no fueron celtíberos. Se discute aún se trata de un grupo pre indoeuropeo, o indoeuropeo pero perteneciente a una oleada pre celtíbera.  

*Run Futthark, Historias Misteriosas de los Celtas, Ed. De Vecchi, 2005, pg 14
** Idem
*** Abel Raúl Brozzi Los Celtas una realidad histórica mitificada, Ed. Pluma y Papel, 2007, pg 25
****Run Futthark, Historias Misteriosas de los Celtas, Ed. De Vecchi, 2005, pg 80

CELTAS, Hallstatt (700 -500)


En el último milenio antes de Cristo podemos distinguir dos grandes períodos de prosperidad, el denominado Hallstatt (700 – 500 a C.) es el primero de ellos y comprende los territorios de Europa central, Francia y los Balcanes. 
Hallstatt ha sido declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco y se trata de una  localidad situada cerca de Salzburgo, al norte de Austria.

Región histórica, 

Se llama Hallstatt a este período puesto que así se denomina la localidad donde se han encontrado 2000 necrópolis celtas distribuidas alrededor de las minas de sal que trabajaban. Hall es un término céltico que significa sal.


Desde estos tiempos históricos, esqueleto conservado (por causa de la sal) con sus utensilios


Hallstatt actual

A las habilidades anteriores se le debe sumar la forja del hierro. Producían espadas, arados, guadañas y rudimentarias máquinas de segar.
El Oriente Próximo había conocido el hierro muchos siglos antes, los hititas fabricaban objetos con este material ya en el siglo XV a C. ¿Qué pasó con el conocimiento que dio lugar a su forja desde la caída de los hititas (siglo XII a C.) hasta el siglo VIII a C. cuando reaparece en Europa central? Los historiadores desconocen aún la respuesta, lo cierto es que  los celtas ya no cremaban a sus muertos sino que eran enterrados con sus espadas de hierro y sus armaduras de bronce, con figurillas de cerámica y calderos, lo que indica una creciente estratificación de la sociedad, consecuencia, siempre, de un tiempo de riqueza. Los collares de ámbar de Escandinavia y los recipientes de fabricación griega y etrusca hallados en las tumbas demuestran el rico y variado comercio que ejercían.

Collar de ámbar, período Hallstatt 


Este tipo de enterramiento en sí mismo es producto del intercambio con otra cultura a la que, en lo que a este tema respecta, imitan: los cirinios, pueblo que habitaba la llanura  del Danubio; a su vez éste lo había tomado de algunas tribus rusas quienes lo copiaron a los asirios. 



El manejo del hierro hace posible la construcción de vehículos que atraviesan los Alpes, de modo que los asentamientos ahora se erigen en altura, la explotación de la agricultura cede paso a la ganadería, el aumento en el consumo de carne explica la mayor demanda de sal. La técnica minera para la explotación de la misma era excelente, llegaron a efectuar pozos de más de 350 metros de profundidad perfectamente recubiertos, y por la tanto calefaccionados, en madera.


Hallstatt, mina de sal, actual

Es de suponer que adoraban al sol como uno de sus dioses principales, así lo manifiesta un objeto de bronce hallado en la zona llamado el “Carro de Trundholm” (caballo parado sobre ruedas tira un carro que representa el disco solar). Es posible que los caballos, en cuya monta y doma los celtas eran particularmente hábiles,  también se considerasen sagrados, suposición ésta que se hace  a partir de la gran cantidad de herrajes y adornos de arneses hallados en las tumbas.


Carro de Trundholm

Los herreros conformaron una verdadera élite de donde surgiría la casta que va a dominar política y militarmente a su pueblo. Es posible que sus famosos sacerdotes, los druidas, se desarrollaran a partir del mismo grupo el cual floreció no sólo gracias a su natural habilidad, sino a la fortuna de disponer de abundante materia prima  que se hallaba en ricas vetas  al alcance de la mano en los pantanos de su zona donde la extracción resultaba sencilla.
Justo es mencionar que los celtas también se destacaron en el arte de la carpintería, con el que fabricaron sus ligeros barcos y sus castros, es decir,  fortificaciones  en las que vivía la nobleza y los artesanos más destacados. Agricultores y ganaderos sólo se refugiaban en ellas cuando eran atacados, no era extraño que este ataque procediese de otra tribu celta. El hierro produce armamentos y carros que resultan en una cultura expansionista. Los guerreros iban en busca de tierra, ganado y esclavos; pero el carácter celta hizo de estas incursiones más un ejercicio de virilidad que un intento de obtener ganancias. 
La típica vivienda celta del período hallsttático era una habitación de troncos con postes clavados en forma circular y las paredes se confeccionaban entrelazando diversas ramas. 



El árbol que era más comúnmente utilizado en estos menesteres era el avellano. Se aseguraba con tiras de piel y su techo en forma cónica se confeccionaba entramando paja y trigo. Puesto que carecía de ventanas la puerta de entrada era su única ventilación. Allí dentro cada familia cocinaba su comida, el fuego que se encendía en el piso calentaba un caldero que colgaba de una cadena ensartada en un travesaño de madera. El lecho, una pequeña elevación de arcilla, se cubría con pieles. Horno,  molino y granero eran compartidos por varias familias.
Hacia el siglo VI a C. dominaban parte de Francia y España, los Países Bajos, Suiza, Austria, Hungría  y sur de Alemania.

 En este período, alrededor del 650 a C., arriban a las Islas Británicas los primeros emigrantes celtas, los gaëls. Serían éstos quienes otorgaron el nombre de “Iveroi” a Irlanda, nombre que resuena en su denominación actual, “Eire”. Estudiosos ocupados en una justa revalorización de la cultura que los celtas legaran, sospechan que fue allí y a partir de aquel momento que este pueblo se conforma como ahora la historia lo recuerda, que desde Irlanda se irradian las creencias religiosas y costumbres sociales que los caracterizan. Como ejemplo de lo dicho citamos al druidismo, símbolo principal de esta cultura que, a pesar de haberse desplazado  por buena parte de Europa y Asia menor, sólo se menciona en relación al territorio irlandés  primero, y luego al Reino Unido todo y Francia. 

Hay quienes consideran que el propio rio Danubio debería su nombre a la gran diosa madre de los celtas, “Dana”, aunque esta afirmación es controvertida.

En este período comienza a desarrollarse el arte. Los objetos son decorados tanto con figuras humanas como con animales y plantas. Los hombres se representan casi siempre luchando, las mujeres, atareadas en el telar, bailando, tocando la lira, montando a caballo o, también, luchando. Tanto unos como otras pueden ser dibujados tan esquemáticamente que casi llegan a la abstracción pero jamás carecen de gracia.  Pero en lo que estos artistas se destacan es en la representación de animales, además de los recientemente mencionados caballos, dibujan cabras y ciervos con extraordinario realismo. Los animales más representados son las aves acuáticas, especialmente el cisne, ave que es frecuentemente mencionada en las leyendas que conforman su mitología.  

"El caldero de Gundestrup apareció en una turbera de Jutlandia, Dinamarca; probablemente fué depositado allí en un ritual de ofrenda relacionado con las aguas, habitual en el mundo lateniense  y que se remonta a la Edad de Bronce y al periodo de Hallstatt. (Lopez Monteagudo)."* 


     Al segundo período lo llamamos La Tene (500 – I a C.) y se desarrollará en la siguiente entrada 

Las imágenes has sido tomadas de google
*Palabras e imagen tomada de la bitácora Terrae Antiqvae

Celtas, expansión. Hombres de Unetice, cultura de los túmulos, Campos de Urnas


Corría un extenso y lejano período de tiempo que podemos ubicar entre los años 4500 y 3000 a C cuando un grupo dispar de tribus que habitaba una zona ubicada entre los montes Cárpatos en Europa oriental y los montes Urales en Rusia, por motivos que desconocemos, emigra.



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El oeste es su rumbo y es ya  la Edad de Bronce cuando buena parte del territorio europeo cede a sus plantas. Se trataba del pueblo celta que ya se había puesto en camino. Por los años 3000 a C poblaron el valle del Danubio y luego se extendieron hacia el norte y el oeste. En el año 2200 a C  los encontramos en la península ibérica y desde allí hacen el periplo contrario, desplazándose hacia el centro europeo. Esta cultura  corresponde a la Edad de Bronce Antigua (2300 – 1600 a C.) siendo su territorio el demarcado entre el rio Rin, el mar Báltico y el bajo Danubio. 
Como Hombres de Unetice se identifica a este conglomerado de tribus que denominaremos  protoceltas, puesto que la palabra celta y su identificación como grupo es efectuada, en primer término hasta donde conocemos, por los griegos en el siglo V a C. Su centro, Unetice, corresponde a la actual República Checa, luego irradia hacia las fronteras de Alemania, Polonia y Austria. Formada por una mayoría de agricultores más una élite guerrera, hábil en la forja del bronce, establece relaciones comerciales con todos los pueblos que la circundan, de quienes absorben distintos rasgos y costumbres.


Hay quienes ponen en duda estas aseveraciones y plantean  que la nación aria -todo europeo de raza blanca es considerado ario- no tuvo su origen en algún sitio impreciso entre Europa y Asia sino en cierto lugar indeterminado en Europa. Este núcleo geográfico desde el cual se habrían dispersado se ubicaría en las planicies de Europa del norte, o en el valle del Danubio, o, también, en el sur de la estepa rusa. Hasta que se demuestre lo contrario esta línea de pensamiento debe ser cuidadosamente considerada, podría tratarse de una información errónea disparada con objetivos políticos.  A tales objetivos correspondió el uso del término ario desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX. Esta clasificación en un principio se utilizó para dejar afuera a hebreos y árabes y luego, además, a todo ser humano oriundo de tierras americanas africanas o asiáticas que los europeos habían ido colonizando, es decir que se usó para justificar fines imperialistas. Luego de la Segunda Guerra Mundial, salvo excepciones, sólo se la menciona en relación al nazismo.  De todos modos vale recordar que los arios no conforman una raza como se pretendía sino una unidad lingüística. La lengua celta, de incontables modos, corresponde en su origen al dialecto protoindoeuropeo danubiano. Tampoco se puede afirmar que exista una “raza” celta, el propio concepto de raza está siendo abandonado por los antropólogos. El énfasis está puesto en aquella unión cultural que, de diversos grupos de gente, ubicados incluso en distintos lugares geográficos, hace una nación, un pueblo. Sin embargo debemos sumar a lo dicho que mediando la década del 80 del siglo anterior, un grupo de historiadores estudiosos de la prehistoria británica refutaron el término, negando la existencia de los celtas como una unidad. Con los conocimientos que ahora se dispone es imposible agregar más a la polémica, será necesario esperar que nuevos descubrimientos arqueológicos agreguen luz al tema. De modo que cada vez que aludamos al  término celta lo haremos con prudencia, conscientes de su ambigüedad.
También será necesario advertir que si bien aquellos libros dedicados al estudio de los celtas como una cultura comienzan su cronología en los Hombres de Unetice, existen tratados que adjudican otros protagonistas a este período, los ilirios, pueblo  desarrollado alrededor del Adriático hasta ser conquistado y fundido en la civilización romana. (A los ilirios se los identifica con culturas posteriores “típicamente célticas”, la Cultura de los Campos de Urnas y la de Hallstatt)


***

A los Hombres de Unetice le sucede la Cultura de los Túmulos (1600 – 1300 a C.). Esta cultura, cuyos límites geográficos, aunque más amplios, se corresponden a la anterior, está caracterizada por la producción de bronce en serie, lo cual mejora sensiblemente  la calidad de las armas y aumenta tanto la calidad como la variedad  de los objetos. Se denomina túmulo al montículo de tierra que se levanta sobre una tumba, ya sea individual o colectiva. En este período los enterramientos son individuales, rara vez dobles, ocasionalmente se encuentran huesos animales junto a los humanos.   







***
   
 Entre los años 1300 – 800 a C (fines Edad del Bronce europea) se da a conocer un grupo de tribus celtas que se caracterizaron por la cremación de sus muertos y la posterior inhumación de las cenizas en vasijas de cerámica, motivo por el cual se los identifica como la cultura de los Campos de Urnas. Controlan las rutas comerciales desde la Grecia Micénica hasta las Islas Británicas, cultivan cereales, crían bueyes cerdos y caballos. Sorprenden con éstos a los pueblos  mediterráneos que, si bien no los desconocen,  su uso tampoco les resulta familiar. Se distinguen también los celtas por vestir sus  bracae (pantalones), al modo de las tribus escitas. Esta cultura no es exclusiva de los celtas, éstos la comparten, como ya advertimos, con ilirios e itálicos, pueblos todos que logran una gran expansión llegando a conquistar tierras en los Balcanes. Algunos autores los identifican como partícipes necesarios en la caída del imperio hitita (siglo XII a C) como así también con los dorios, pueblo que entre los siglos XII y XI a C termina con la civilización micénica en Grecia.  






Origen del pueblo celta


Puesto que en un principio las bases para su estudio fueron los escritos de sus contemporáneos romanos y griegos, quienes les temían y despreciaban, cuesta reunir en una sola idea las palabras celta y civilización. Hoy sabemos que se debe desconfiar, en lo que a nuestro tema respecta, de la fidelidad de tales escritos, sin embargo  -a despecho del monumental esfuerzo realizado durante los primeros siglos del cristianismo por un grupo de monjes irlandeses, quienes dejaron un legado de preciosos documentos en los cuales salvaron del olvido los antiguos dioses y tradiciones del lugar, más el trabajo de la “moderna” arqueología que  brinda localizaciones geográficas precisas y objetos que hablan con voz contundente acerca de su arte, religión y costumbres, y más aún, a despecho de la actual tradición oral irlandesa, bretona y galesa-, todavía  acostumbramos manejarnos con estereotipos como escoceses rudos y mezquinos o galeses errantes. La realidad histórica dice que los celtas tienen su origen en primitivos pueblos  indoeuropeos que partiendo del cercano oriente se sumaron a las distintas tribus nativas con las que se cruzaron en su gran migración hacia el oeste. Es decir, ni más ni menos que el resto de las gentes europeas, griegos y romanos por ejemplo.


Colección Grandes civilizaciones de la historia
Arte Gráfico Editorial Argentino, 2008




CELTAS, breve reseña histórica


“Se dice de un grupo de pueblos indoeuropeos establecidos antiguamente en la mayor parte de la Galia, en las islas Británicas, y en buena parte de España y Portugal, así como en Italia del norte, Suiza, Alemania del oeste y sur, Austria, Bohemia y la Galacia en Asia Menor”. Esta es una de las definiciones que brinda el  diccionario de la Real Academia Española a la palabra celta. Su origen etimológico es confuso, se sabe, sí, que deriva del nombre con el que el logógrafo jonio Hecateo de Mileto (550 – 476) y  aquel considerado como el “padre de la historia” para la cultura de occidente, el historiador griego Heródoto (484 – 425), los denominaran: “Keltoi”. Para los romanos fueron los “celtae”, pero más comúnmente los “galatae” o “galli”. Hoy, tanto historiadores como arqueólogos coinciden en expresar que no todas las regiones poseían igual grado de “celtitud”, como así también que griegos y romanos denominaron como celtas y galos a diferentes pueblos que observaban en continua migración. Se sabe, sí, que los romanos consideraron como “celtas puros” a la Galia Comata, actual territorio francés.


Imagen, Google

Introducción





 Corría el siglo XII  cuando un monje católico galés, Geoffrey de Monmouth, escribió su “Historia de los Reyes de Britania”, genealogía  que dispuso con varios propósitos, entre los cuales se contaba exaltar las hazañas y desventuras de un héroe celta, Arturo. El rey Arturo habría sido quien triunfara en el siglo V (otros dicen que en el VI)    en la guerra que enfrentó a su pueblo  contra los invasores  sajones. Así recuerda Jorge Luis Borges, en una estrofa de su obra poética, este largo enfrentamiento:








“Sus ídolos y ejército el duro
sajón sobre los huertos de Inglaterra
dilató en apretada y torpe guerra.
Y de esas cosas quedó un sueño: Arturo”*






Esta confrontación, obviamente, aconteció  en tierras britanas de las que Gales formaba parte.  La Historia de los Reyes de Britania cimentó el desarrollo de aquello  que en literatura se ha dado en llamar  la “Materia de Bretaña”, o como se conoce popularmente, la Leyenda del rey Arturo. Es a partir de dicha leyenda, formada con la contribución de diversas fuentes que a su turno consideraremos, que comienzan a escribirse, a partir del siglo XIIl, las llamadas novelas de caballería que fueron masivamente consumidas. Tal como sucede en la actualidad con algunos  personajes del cine o la televisión, la gente bautizaba a sus hijos con el nombre de los caballeros que protagonizaban sus libros favoritos, y tanto jóvenes como adultos sellaban pactos constituyendo órdenes como leían   en aquellas páginas.  La materia de Bretaña, además de imponer sus ideales a la sociedad medieval, inauguró el género literario que hoy cuenta con el más amplio mercado: la novela.
Aquellas famosas novelas de caballería hallan su cumbre  a principios del siglo XVII (1605) con la publicación de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” escrita por Don Miguel de Cervantes Saavedra, considerada la mejor novela publicada de todos los tiempos. Joya de la literatura universal que ironiza la popular producción de esas historias cuyos personajes principales eran caballeros montados, llenos a rebosar  de amor y respeto por su rey, su religión y su dama.

Cuánta será la popularidad que esta leyenda aún conserva, que  a principios del siglo XX  Gran Bretaña exhorta a su población a tomar parte en la Primera Guerra Mundial con un afiche en el que se veía a un hombre que, vestido como un guerrero medieval y montando un caballo rampante, clavaba una espada en el pecho de un dragón. Dicha ilustración se encontraba enmarcada por la siguiente frase: BRITAIN NEEDS YOU AT ONCE:  Britania te necesita de inmediato.

Oportunamente se hará un breve análisis de las más destacadas obras que  abrevaron en la “fuente Arturo”, tanto en el arte literario como cinematográfico,  ahora será suficiente con la cita que sigue:

A los nueve años ocupé un sitial en la cofradía de los caballeros del rey Arturo, con tanto orgullo y dignidad como el que más…” 
 John Steinbeck de Monterey, caballero.

Estas son las primeras palabras que encontrará quien se disponga a leer “Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros” novela publicada en 1976 y cuya autoría pertenece al  escritor estadounidense John Steinbeck, quien 14 años antes había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura. En la introducción, refiriéndose al libro “La muerte del Rey Arturo” de Thomas Malory (siglo XV) que siendo todavía un niño cierta tía le regalara dice: “Era un ejemplar ilustrado de la Morte dArthur de Thomas Malory según la edición de Caxton. Adoré la anticuada ortografía de las palabras, y también las palabras en desuso. Es posible que haya sido este libro el que inspiró mi fervoroso amor por la lengua inglesa.”  

Intelectuales contemporáneos al auge de las novelas de caballería, como Alfonso X (1252 – 1284)  en España, denominado “El Sabio “ o Dante Alighieri (1265 – 1321) en Italia, no dudaron de la existencia del rey, sin embargo la ciencia aún no está en condiciones de aseverarlo. Historiadores y arqueólogos buscan el dato fehaciente, aquellas piedras, aquel signo, que no deje lugar a dudas. Ni unos ni otros han sido capaces de hallar, hasta ahora, la referencia incontrastable. Arturo, el hombre, si existió, se oculta tras el velo que la ficción construyó para él. Tal vez sea en la trama de ese velo donde esté escrita la respuesta, por qué Arturo fue y es, en la imaginación popular, un rey que supo reinar mejor que Carlomagno, un líder cuya capacidad de mando superó a la de Julio César.


Arturo, el héroe que a juzgar por la gran cantidad de obras artísticas que continúan recreándolo, aún necesitamos.




*Jorge Luis Borges, Ariosto y los Árabes, Antología Personal, Ed. Sol 90, 2001, pg 84
Imágenes, google